Es fácil creer en la providencia cuando todo sale bien.
Pero, ¿qué pasa con nuestros momentos de dolor personal?
Considere a Jesús y sus palabras en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Ciertamente estaba expresando su angustia personal mientras sufría un dolor intenso por nuestros pecados.
Pero también estaba citando el Salmo 22. Sus palabras son una cita exacta del versículo uno. El salmo habla de alguien que es burlado (v. 7), abandonado (v. 11), se enfrenta a los agresores (v. 12, 16), tiene las manos y los pies perforados (v. 16), y cuyas ropas se reparten por sorteo. (v. 18). ¡Todo esto le sucedió a Jesús!
Cuando Jesús citó el Salmo 22, creo que nos estaba ayudando al resto de nosotros a entender mejor lo que estaba pasando. Es como si dijera: «Si quieres obtener una perspectiva más amplia de todo esto, lee el salmo hasta el final».
A partir del versículo 22 el tono cambia a esperanza y victoria. ¡El último versículo proclama no solo que Dios ha logrado lo que se propuso hacer, sino que su justicia será proclamada a las generaciones futuras!
Todo esto pasó por el dolor, por la tortura, por las lágrimas, por la sangre, por los clavos. ¡Lo que parece una derrota es en realidad una victoria!
Amigos, en Cristo no se puede perder porque Cristo ya ganó.
Mientras caminamos por la vida como cristianos, estamos en dos lugares al mismo tiempo: en medio de la carrera y parados victoriosos en la meta con Jesús resucitado. Ni siquiera la dificultad o el desastre pueden frustrar los buenos y gloriosos propósitos de Dios para su pueblo.
Cuando la vida es buena, Dios es bueno y esta obrando. Cuando la vida es dura, Dios es bueno y esta obrano. Corre con confianza como el campeón que Cristo ya te ha hecho ser.
En Cristo no se puede perder porque Cristo ya ganó.
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